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Salmón, olía a salmón

Salmón, olía a salmón. Ese era el penetrante olor que inundaba la habitación. No pudo soportarlo más, y en un momento de rabia tras el último de los desvanecimientos, salió corriendo, desnudo, totalmente turbado. Era una de las noches más frías que se pueda recordar. La niebla lo cubría todo, la escarcha sacudía hasta la ultima rama del último árbol, se oía incluso crepitar al frío. Corrió alejandose de las últimas casas, cruzó la vieja carretera, que ya no era utilizada por nadie, y se adentró en los campos, allí roto por el dolor, cayó al suelo y solamente pudo escuchar el pitido del tren antes de caer muerto.

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